Un grupo de refugiados somalíes se acerca a los voluntarios del grupo Gift of Givers.
Entre las imágenes de Don McCullin de Biafra (1969) que inauguraron el género de la "fotohambruna" y la de Kevin Carter de Sudán (1993) que ganó el Pulitzer, no había mucha diferencia. Ninguna entre esas fotos y las que hemos visto de Somalia este verano. Las más duras publicadas en los últimos años. Pero sus efectos no han sido los mismos. ¿Estamos saturados de fotos de niños famélicos?
También se han publicado algunas fotos que rompían los iconos amables y las rutinas discursivas: hombres armados amenazando o golpeando a mujeres a las puertas de los centros de reparto de alimentos, mujeres no tan pasivas que rompían las colas y se abalanzaban sobre los guardias con sus niños muribundos sobre las espaldas. ¿Buenas por inquietantes e imprevisibles? ¿o tampoco nos hemos fijado en ellas?
Sigo intentando entender por qué ya nos nos afectan tanto o casi nada las imágenes hirientes de niños por morir y J. Rancière, filósofo francés que conecta con Freire y Martín-Barbero en su creencia en la capacidad de las masas para entender su sociedad del espectáculo, me da nuevas claves.
"Hay que poner en cuestión la opinión común según la cual ese sistema nos sumerge en un torrente de imágenes en general- y de imágenes de horror en particular- y, de ese modo nos vuelve insensibles a la realidad banalizada de esos horrores (...) Esta visión pretendidamente crítica está perfectamente en concordancia con el funcionamiento del sistema.
(...) Si el horror es banalizado, no es porque veamos demasiadas imágenes en él. No vemos demasiados demasiados cuerpos sufriendo en la pantalla, sino que vemos demasiados cuerpos sin nombre, demasiados cuerpos incapaces de devolvernos la mirada que les dirigimos, cuerpos que son el objeto de un habla, sin tener ellos mismos la palabra. El sistema informativo no funciona por el exceso de las imágenes, funciona seleccionando los seres parlantes y razonantes, capaces de “descifrar” el flujo de información que concierne a las multitudes anónimas.
(...) La cuestión de lo intolerable debe entonces desplazarse. El problema no consiste en saber si hay que mostrar o no los horrores sufridos por las víctimas de tal o cual violencia. Reside, más bien, en la construcción de la víctima como elemento de cierta distribución de lo visible.
(...) El escepticismo presente es el resultado de un exceso de fe. Nació de la decepcionada creencia en una línea recta entre percepción, afección, comprensión y acción. Una confianza nueva en la capacidad política de las imágenes supone la crítica de ese esquema estratégico. Las imágenes del arte no proporcionan armas para el combate. Contribuyen a diseñar configuraciones nuevas de lo visible, lo decible y lo pensable; y, por eso mismo, un paisaje nuevo de lo posible. Pero lo hacen a condición de no anticipar su sentido ni su efecto".
El espectador emancipado.
Para saber más recomiendo la entrevista que le hizo Amador Fernández-Savater para Público.
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