El otro día me di un paseo por el blog del periodista Daniel Burgui para comentar su post sobre las dificultades de retratar la violencia y el dolor ajeno. En mi comentario enlacé dos textos de Montse Santolino (1 y 2) que trataban con tino la cuestión. En el segundo Montse citaba al filósofo francés Jacques Rancière y su obra El espectador emancipado. Entonces no sabía que en dos semanas asistiría a una charla del mismo en Buenos Aires, donde resido desde hace apenas diez días.
Durante el vuelo hacia suelo argentino todavía albergaba esperanzas de entrevistarlo, así que me dispuse a leer su libro. No es una lectura fácil, menos para una sardina enlatada con poco espacio para pasear las dudas.
Afortunadamente, de lo dicho, lo más clarito (ya imaginaréis el resto) es su respuesta ante la aparente insensibilidad e indeferencia generada por la exposición permanente de imágenes violentas. Para Rancière "Si el horror es banalizado, no es porque veamos demasiadas imágenes de él. No vemos demasiados cuerpos sufriendo en la pantalla, sino que vemos demasiados cuerpos sin nombre, demasiados cuerpos incapaces de devolvernos la mirada que les dirigimos, cuerpos que son el objeto de un habla, sin tener ellos mismos la palabra" [...] "La cuestión de lo intolerable debe entonces desplazarse. El problema no consiste en saber si hay que mostrar o no los horrores sufridos por las víctimas de tal o cual violencia. Reside, más bien, en la construcción de la víctima como elemento de cierta distribución de lo visible".
Desbancar esa banalización pasaría por el reconocimiento de la víctima como portadora de una dignidad humana que devuelve la mirada, más allá de nombres, apellidos e identidades. Lo que consiguen fotógrafos como los citados por Daniel en su artículo (Gervasio Sánchez, Walter Astrada, Jackie Dewe Mathews...) es modificar nuestra posición respecto al otro, romper la distancia de la que tanto habla Rancière: pasamos de la culpa generada por las fotos del horror (una culpa que según él surge en complicidad con el sistema en el que se inscriben) a la dignidad compartida.
La acción, explica Rancière, se presenta a menudo como la única respuesta al mal de la culpabilidad. Sin embargo, el vínculo entre el espectáculo intolerable, la toma de conciencia de la realidad y el deseo de actuar para cambiarla es, según él, pura presuposición: "La imagen intolerable obtenía su poder de la evidencia de los escenarios teóricos que permitían identificar su contenido y de la fuerza de los movimientos políticos que los traducían en una práctica. El debilitamiento de esos escenarios y de esos movimientos ha producido un divorcio, que opone el poder anestésico de la imagen a la capacidad de comprender y a la decisión de actuar". Para Rancière, este vacío en las bases y vías para actuar ha sido ocupado por una suspicacia global respecto a la capacidad política de toda imagen. "Una confianza nueva en la capacidad política de las imágenes supone la crítica de ese esquema estratégico. Las imágenes del arte no proporcionan armas para el combate. Contribuyen a diseñar configuraciones nuevas de lo visible, lo decible y lo pensable; y por eso mismo, un paisaje nuevo de lo posible. Pero lo hacen a condición de no anticipar su sentido ni su efecto".
Rancière apuesta por las imágenes que no describen lo obvio, sino que desplazan la evidencia y la indignación hacia algo más sutil y discreto, la curiosidad y el deseo de ver de más cerca: ni el ojo sabe por anticipado lo que ve, ni el pensamiento lo que debe hacer con ello. Imágenes que cambian "nuestra mirada y el paisaje de lo posible" al no anticipar sus efectos. Miro de nuevo la la serie de fotografías de Walter Astrada sobre la violencia contra las mujeres en Noruega y pienso que de un u otro modo encajan con esa idea.
Ya en Buenos Aires, traté de conseguir una entrevista con Rancière, quien llegó al país para recibir el Honoris Causa de la Universidad de San Martín (UNSAM). Subrayo con negrita el intento, pero no lo logré: agenda ocupadísima. Puestos ya, dejo aquí el borrador de cinco preguntas que le hubiera hecho, por si suscitan más borradores, algunas respuestas u otras tantas preguntas:
>> Afirma usted que el problema acerca de las imágenes intolerables no es saber si hay que mirarlas o no, sino más bien saber en el seno de qué "dispositivo sensible" se miran. ¿Qué tipo de interpretaciones de la violencia nos posibilitan los grandes medios de información?
>> ¿El fotoperiodismo, por su naturaleza narrativa, no es de por sí anticipatorio? ¿En qué sentido su función dificulta o estimula su capacidad política?
>> ¿Qué opinión le merecen exposiciones de gran formato como World Press Photo? El museo como expositor de miradas ¿contribuye a la banalización del dolor?
>> ¿Qué le parecen la serie de fotografías de Walter Astrada sobre la violencia machista en Noruega? [Ya me las arreglaría para mostrárselas si no las conoce]
>> ¿Qué papel juega "lo exótico" de las víctimas en la interpretación de lo intolerable?
Foto: El Roto
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