"Nila, de 17 años, lidera una organización de mujeres atacadas por el ácido en la ciudad de Sirajganj, a unos 170 kilómetros al norte de Dhaka, en Bangladesh . Tiene la cara y parte de su cuerpo quemados y ha decidido que va a dedicar su vida a denunciar y acabar con esa salvajada."
Los periodistas siempre nos piden “historias humanas” pero las ONG tenemos un problema con ellas: como le escuché decir a Eduard Martín-Borregón, de Alba (toxicomanías), “las mejores historias no las podemos explicar, no podemos exponer a los medios a determinadas personas”. Touché. ¿No sirve este argumento más allá de nuestras fronteras?
Se acabó agosto y con él la serie de reportajes de El País “Los agujeros negros del planeta/Vidas sin presente”. Cierto que el título dejaba poco margen al buen rollo. Parece que no hay otra manera de llamar la atención sobre este tipo de iniciativas. Una serie anterior de EPS que ya comentamos aquí se llamó Testigo del horror, y entonces Vargas Llosa se fue a la República Democrática del Congo, Millás a Cachemira y La Restrepo (the best) a Yemen.
Los periodistas suelen esgrimir como razones de la superficialidad con la que abordan asuntos lejanos y complejos, la falta de espacio y de tiempo. Los reportajes dominicales de J. Ayuso, sin duda hechos con la mejor intención y acompañados por diferentes ONG, aún con varias páginas, no salen de las habituales narrativas sobre la pobreza: largos catálogos de “historias humanas de miseria”, de historias individuales para poner rostro, que acercan tanto el objetivo, que desenfocan todo lo demás. Y hermosas fotos a página completa que reducen identidades y perpetúan imaginarios: niños de la calle, niñas prostitutas, santeras, bandas, niños africanos desnutridos, mujeres asiáticas quemadas con ácido, rituales de vudú…
Un mes. Cuatro países. Cuatro relatos sin más argumento que el fracaso. El contexto se limita a unas pequeñas columnas rollo wikipedia, y las pocas causas que se abordan son casi todas internas: dictadores, religiones perjudiciales, promiscuidad, agresividad, corrupción… Los agujeros negros lo son por una perversa mezcla de fatalidad e incapacidad que provoca víctimas inocentes: niños apadrinables con familias maltratadoras, enfermos estigmatizados por culturas y sociedades supersticiosas, mujeres y niñas en permanente riesgo de agresión.
Y tampoco hay soluciones: “han sobrevivido a la malaria pero su futuro no es muy prometedor”, “Como el propio país. Allí no funciona casi nada y tampoco se espera que lo haga. La vida transcurre cansinamente, sin objetivos ni esperanza”, “vidas sin pasado ni futuro”, “como si nunca hubiera pensado en un futuro que realmente no existe”, “esperamos la muerte” etc.
Especialmente malo el enfoque sobre Haití: “¿Cuál es el futuro de Haití? Los haitianos no saben o no quieren responder. Conocen su historia y su clase política. Han sufrido las dictaduras y están acostumbrados a las catástrofes naturales”. O “5-300 millones de dólares de los principales donantes internacionales esperan a que haya un gobierno decidido a actuar con un proyecto y sin corrupción. Algo difícil para un país que como dice R. Gumucio, prefiere ahorrar dinero para el funeral de sus hijos antes que para su hospitalización”.
Una excepción para la regla: en el repor de Gaza el mismo periodista cambia la mirada y la politiza. La desesperanza tiene responsables, y no son solo internos. ¿Por qué no se explica la pobreza de Bangladesh, Haití o la República Centroafricana como se explica la de Gaza? ¿será que para contar cualquier pobreza un periodista requiere de tanta especialización como un periodista político o económico? ¿será que la miseria no interesa por que no es noticiable o porque no salimos de la descripción conmovedora propia de las excursiones solidarias?
Y algo muy bien hecho en todos los reportajes: en general el trabajo de la cooperación se explica muy bien. Casi todos los protagonistas son profesionales locales, se habla del trabajo de las ONG locales y se citan sus nombres, y también de como las ONG se coordinan o actúan a petición de los gobiernos locales.
El problema no son las historias humanas, sino que sea la misma historia repetida: la misma desde la colonización. En los repors de El País las mejores historias se descartan, se pasa por encima. Haití está plagado de gente que sabe lo que haría con su país: solo hay que buscarlos! Momento-autopromoción: en La Magalla, entrevistamos a una líder campesina y al director de una radio comunitaria.
Y en el repor de Bangladesh aparecía Nila. Bella aún desfigurada. Mirada dulce, pero valiente. La cara abrasada con 15 años, líder social con 17. Con su organización de mujeres trabaja para que juzguen a los agresores. ¡Esa era la gran historia que merecía cuatro páginas! El Sur está lleno de historias como esa.
En El País solo aparecía la foto de arriba. La otra la encontraréis en el boletín de la Acid Survivors Foundation. Men's solidarity against acid violence. Hay más historias.
Los pobres que tienen esperanzas inquietan a los poderosos (Jon Sobrino).
1 comentario:
Si el jefe de redacción de El País te leyera, creo que debería contratarte para hacer cuatro reportajes para el próximo verano que tuvieran como eje central a personas capaces de imaginar otro mundo posible y hacerlo realidad.
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