martes, 11 de agosto de 2009

Contar bien la cooperación


No estoy de vacaciones, ¿se nota?.

Os cuento que estuve en julio en Santander, en un encuentro sobre Comunicación y Desarrollo, y una de las cosas que más se repitió es que no sabemos “contar” nuestro trabajo. Que las agencias y ONGD escribimos notas de prensa para nuestros jefes y para nuestros financiadores, pero no para la gente. Que si nos quitan los números, los indicadores y los formularios, no sabemos explicar qué hacemos, ni cómo, ni por qué. Touché

En Santander tuve la ocasión de felicitar a Milagros Pérez Oliva por sus artículos como Defensora del Lector, el fantástico ejercicio de autocrítica que lleva a cabo, y una de las razones para no dejar de leerlo, por lo menos los domingos. Otra es que los domingos también se publican los reportajes-resultado de una de las mejores alianzas de los últimos tiempos: MSF, El País y algunos buenos escritores. Aunque no nos entusiasmó Vargas Llosa en El Congo, Sergio Ramírez en Haití estuvo mucho mejor y, el domingo pasado, Laura Restrepo nos gustó mucho con sus palabras sobre su visita a los campos de refugiados de Yemen (también porque a pesar de tener edades parecidas al peruano y el nica, Restrepo parece que no se disfraza de explorador y que se disuelve mejor entre las mujeres que visita).

Contar bien la cooperación significa hacerlo con alma y sin que la narración se resienta por la necesidad de dar cuenta exacta de los proyectos que se han visitado.

Contar bien la cooperación significa documentarse y tener como fuentes no sólo informes políticos y económicos sino también el imaginario creado por la historia o la literatura... que es lo que ella hace volviendo a la reina de Saba una y otra vez.

Contar bien la cooperación es hablar de mujeres que no esperan la muerte, ni la ayuda, sino que luchan:
“no pararán hasta encontrar un lugar donde la vida les abra por fin la puerta”.

Contar bien la cooperación es hablar de los africanos que se ayudan a sí mismos, del personal local de MSF, de la comadrona Habiba, de Hussein o de las doctoras yemeníes, Jazmin y Leila.

Contar bien la cooperación es hablar de las causas de los problemas, y encontrarnos en ellas:
"Los propios somalíes bautizan su éxodo con estos nombres en inglés; a fin de cuentas, aprendieron el idioma durante los años de dominación británica, una de tantas que han tenido que sobrellevar. También los franceses, los italianos, los rusos y Ronald Reagan saquearon su tierra, la convirtieron en campo de batalla y tras el retiro de las tropas la dejaron sembrada de armas, las mismas que luego fueron desenterradas por los asesinos locales: señores de la guerra, narcos, violadores, tiranos, piratas, clanes enfrentados, milicias vengadoras, smugglers. Hoy, las grandes naciones ni asoman por Somalia; la han dejado librada a la impiedad de su suerte".

Contar bien la cooperación es establecer conexiones entre los demás y nosotros, para comprenderlos mejor: “Conozco el fenómeno. También yo provengo de un país, Colombia, hundido en un atolladero histórico donde nos devoramos los unos a los otros. No por nada Colombia y Somalia comparten el mismo paralelo sobre el globo terráqueo”.

Contar bien la cooperación es presentar a l@s otr@s para hacer hicapié en que pueden explicarse por sí mismos. Vargas Llosa habló de los Poétes du Renouveau, Sergio Ramírez cita al escritor Lionel Trouillot y al poeta Jorge Castera, y Laura Restrepo cierra su reportaje novelado de una forma magistral: hablando de la necesidad de escribir y comunicarse de las refugiadas, de esa manera elemental de resistirse a ser ignoradas y olvidadas.

"La humanidad sólo cuenta con unas cuantas líneas escritas que dan testimonio de la existencia de la reina de Saba: alguna referencia en la Biblia, poco más en el Corán, menciones en textos apócrifos, manuscritos perdidos en alguna biblioteca, un reportaje de André Malraux. Y unas ciertas cartas. También en Safía me entregan una docena de estas cartas. Le sucede a cualquier extranjero que se asome por Kharaz, por Ahwar, por Al Bazateen: sale con los bolsillos llenos de cartas que las refugiadas escriben en inglés y llevan a todos lados en bolsitas plásticas. Están copiadas a mano y van dirigidas a todos, a ninguno, a quien quiera escuchar. Pueden ser escuetas biografías de una o dos páginas, o anuncios de se busca: un hijo perdido en medio de la guerra, un esposo que emigró y no da señales de vida. Puede ser el nombre de una medicina que no logran conseguir para un hermano que se queda ciego, o para una abuela que sufre de los nervios. Puede ser también la denuncia de una violación en tal barrio, de una matanza en tal pueblo. Las más breves son apenas un nombre y una ubicación, me llamo tal, me encuentro en tal lugar. Cada una de estas cartas es un llamado imperceptible, un improbable acto de fe, como el "aquí estuvo fulano" que un desaparecido raya con la uña en el muro de una celda".

¿Y no es eso lo que deberíamos hacer las ONGD con nuestra comunicación? Dirigirnos “a todos, a ninguno, a quien quiera escuchar” y presentarles estas historias, cruzarlas con las nuestras, y descubrir que esas son las que debemos reescribir.

1 comentario:

ZAS dijo...

Comparto la pasión por Laura Restrepo, por su forma de narrar.

Y yo agregaría que "contar bien la cooperación" merece una actitud humilde por parte de quien la cuenta.

Es muy molesto encontrar reportajes y a veces, hasta comunicados de prensa, en los que las ONGD se muestran como "salvadores" llegados del glorioso mundo desarrollado para traer bienestar y conocimiento a las tierras tercermundistas.

Si quisieran ver y escuchar, se darían cuenta de que el conocimiento y la sabiduría están en aquellos a quienes pretenden ayudar.